lunes, 20 mayo 2024

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Brecha digital, abusos y envejecimiento activo

Las aplicaciones nos permiten gestionar nuestra vida pero ¿qué pasa si no sabemos manejarlas? ¿Qué pasa si estamos en esa fase de la vida en la que nuestra capacidad de atención y aprendizaje ha mermado?

Que España es un país envejecido es un dato que no se le escapa a nadie. De hecho, el último Estudio de Proyecciones de Población del Instituto Nacional de Estadística nos advirtió que en el año 2050 un 30% de la población española será mayor de 65 años. Además, nuestro país cuenta con aproximadamente dos millones de personas mayores que viven solas.

Maslow dijo que una de las principales necesidades humanas, que a su vez explica el comportamiento humano, es el sentirse integrado en sociedad a través de relaciones interpersonales y de desarrollo afectivo. Por tanto, si de manera involuntaria una persona se aparta de su entorno, se produce aislamiento social. Con el paso de los años nuestra capacidad de adaptación merma. Lo que provoca una inevitable alteración de las relaciones con nuestro núcleo social debido a las modificaciones sociales, físicas y psíquicas.

Este aumento de la longevidad es coetáneo a la revolución tecnológica más grande que ha vivido el ser humano.

Internet supone tener información casi al segundo procedente de una amplia variedad de fuentes. Nos permite contactar con personas que viven a miles de kilómetros. Da pie a que muchos colectivos se unan por una causa común. Nos ofrece la posibilidad de trabajar en casa, nos da un mayor ocio e incluso podemos gestionar mejor nuestro tiempo libre.  De hecho, se nos ha llenado la vida de aplicaciones y aplicativos que ya son parte de nuestro día a día y que eran impensables hace algunas décadas.

Visto así son todo ventajas. Sin embargo, esta revolución tecnológica también tiene su lado oculto en el que las desventajas cobran fuerza y se alzan orgullosas propiciando, por ejemplo, sobresaturación de información, usos fraudulentos de la red, despersonalización y hasta, paradójicamente, aislamiento social.

Con el aumento de la longevidad resulta lógico pensar que se debe remar hacia la calidad de vida para nuestros mayores porque, en un breve periodo de tiempo, nosotros seremos esos mayores. El objetivo debería incluir evitar a toda costa que la palabra sénior quedase incluida en el término “colectivo vulnerable”.

Las aplicaciones tienen un peso importante en nuestro día a día. Tanto que muchos de los servicios básicos se ofrecen a través de ellas y empresas, entidades y organismos varios han reducido su plantilla porque la presencialidad resulta un gasto y ya no está de moda. Las aplicaciones nos permiten gestionar nuestras finanzas, podemos pedir citas médicas, ver resultados de pruebas clínicas, hacer compras online, reservar hoteles, vuelos, entradas de espectáculos, encargar comida preparada… un sinfín de posibilidades a nuestro alcance siempre y cuando sepamos utilizarlas y estemos en continua actualización.

Pero, ¿qué pasa si no sabemos manejarlas? ¿Qué pasa si estamos en esa fase de la vida en la que nuestra capacidad de atención y aprendizaje ha mermado? ¿Qué pasa cuando tenemos dificultades de desarrollo? ¿Y si no tenemos medios para optar a ellas?

¿Acaso cuando eso ocurre dejamos de necesitar utilizar esos servicios?

Y es en ese preciso instante cuando, como sociedad, nos encontramos de bruces con la brecha digital. Es decir, cuando se hace palpable la desigualdad en el acceso y el uso de las tecnologías de la información y la comunicación.

Es ahí cuando la vulnerabilidad crece.

Que la mayoría de trámites bancarios se hagan a través de la web, la falta de atención presencial en las sucursales, la disminución de oficinas bancarias y las complicaciones en cajeros hace que el número de personas que sufren exclusión financiera sea cada vez mayor. La reducción de horarios de atención en ventanilla, las largas colas de 8.30 a 11h (en el mejor de los casos) desprotege al ciudadano.

En los últimos 15 años, según la OCU, España ha perdido 25.000 oficinas bancarias. Y un 20% de los municipios españoles se ha quedado sin banco.

Eso se traduce en que si en tu pueblo no hay sucursal bancaria tienes que desplazarte a la localidad más cercana donde sí la haya y utilizar su servicio de ventanilla en el horario estipulado. Toda una odisea si encima tienes movilidad reducida o dependes de alguien que te lleve en coche.

A veces la sociedad olvida que las personas mayores y las que tienen ciertas limitaciones siguen siendo ciudadanos y tienen el mismo derecho a controlar cómodamente sus finanzas que un nativo digital.

Realmente, ir al banco a ver en qué estado se encuentra tu dinero, pagar recibos, sacar o ingresar efectivo, está considerado como una actividad instrumental de la vida diaria. Sobre todo, porque vivimos en un mundo capitalizado y monetizado y, sin dinero no se concibe la existencia digna.

Si pierdes la capacidad de realizar una actividad instrumental de la vida diaria estás perdiendo autonomía. Pierdes interacción con el medio que te rodea. Pierdes independencia y el sentimiento de utilidad. Necesitas el apoyo de otra persona que te ayude a realizar esa actividad y si no lo tienes, te vuelves vulnerable.

Si eres de esas personas a las que le gusta el dinero en efectivo y no tienes tarjeta de crédito que uses como mínimo dos veces al mes pueden cobrarte a partir de 120 euros anuales en comisiones por mantenimiento de la cuenta. Si haces una transferencia por ventanilla porque no te aclaras con la web, te cobran comisión. Si respiras, te siguen cobrando. Les das tu dinero y te cobran.

Tienen ese privilegio de moralidad cuestionable ya normalizado. Aceptamos cambios de contratación de manera sumisa porque, si nos vamos a otro banco nos va a pasar exactamente lo mismo. Mientras tanto, nos atolondran las ideas con campañas de márquetin digital que hablan de “banca amiga” y de “hipotecas inteligentes”. Pongo sobre la mesa un órdago al mus: ¿Qué pasaría si el colectivo sénior se uniera y sacase de los bancos todo su capital? La capacidad económica de las personas es relativa y heterogénea. Hay quien tiene más y quien tiene menos. Pero seguro que, si se sacaran al unísono los ahorros de miles de personas mayores, generaría tal impacto que no le haría ninguna gracia al sector bancario. Quizás ahí se esforzasen más por dar un mejor servicio, personal y de calidad, a su cliente.

Quizás en ese delirio imaginario, se concibiera al ciudadano como un cliente al que atraer para ofrecerle calidad y servicio y no como a un esclavo sumiso a los abusos financieros y a la revolución digital.

Y el Estado… ¿Qué hace nuestro Estado? Independientemente del partido que gobierne. ¿Por qué no protege a su ciudadano? ¿Por qué rescató a la banca y ahora no pone medios para evitar ese abuso bancario?

Probablemente porque, en cuanto a la falta de presencialidad, está ocurriendo lo mismo en otros sectores como puede ser la sanidad. Que levante la mano a quién le cojan el teléfono en un Centro de Salud para pedir cita médica. Estamos abocados a utilizar la app de sanidad para pedir cita a nuestro médico de atención primaria porque, tras cincuenta y cuatro llamadas diarias a nuestro ambulatorio, no nos han atendido por teléfono.

Para solicitar cita previa en cualquier organismo es necesario el acceso a una web, una firma o certificado digital o un pin 24h porque los teléfonos ya no son atendidos como antes.

Con todo este escenario variopinto que menoscaba la calidad de vida de la persona es urgente gestar y ejecutar políticas sociales que mejoren la seguridad y la protección de las personas mayores frente al abuso financiero.

Es necesario emitir una normativa específica que regule esta situación en la que se garantice el acceso a los servicios bancarios e incluya la creación de mecanismos y entornos seguros donde puedan realizar sus gestiones financieras.

Dar prioridad a la alfabetización digital y financiera cuyo objetivo sea dotar de autonomía a la persona sénior y eviten así la exclusión financiera o la dependencia.

Por supuesto, en aras de fomentar la inclusión, es imprescindible ampliar la asistencia telefónica para los servicios de citas tanto en el área sanitaria como en hacienda, seguridad social, ayuntamientos y demás organismos públicos.

Bajo mi punto de vista, tenemos pocas políticas sociales que aborden el Envejecimiento Activo. Entiéndase el mismo como un concepto definido por la Organización Mundial de la Salud como el proceso de optimización de las oportunidades de salud, participación y seguridad con el fin de mejorar la calidad de vida a medida que las personas envejecen. Todavía seguimos escondiendo a nuestros mayores y buena parte de la sociedad los concibe como una carga porque ya no son trabajadores activos, cobran sus pensiones o jubilaciones, necesitan medicación crónica y dependen más del Estado.

Quizá nuestro problema principal no sea con la brecha digital. Quizás arrastremos uno bien grande con aquello que no queremos ver: la vejez y la falta de recursos para un envejecimiento digno, activo y lleno de calidad de vida.

Y es triste pensarlo porque la vejez, si sigues latiendo, nos llega a todos.

Y si no la protegemos los abusos hacia la misma, seguirán existiendo.

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